Wednesday, September 10, 2014



El perdón cristiano


Idea principal: El perdón cristiano: 70 veces 7, o sea siempre.
Resumen del mensaje: La venganza era una ley sagrada en todo el Antiguo Oriente y el perdón, humillante; pero, para el cristiano, la contrapartida de la venganza es el perdón ilimitado, al estilo de Dios.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, en la mentalidad semita, la de Jesús, el 7 es número venido de la Luna y símbolo de perfección. Como la Luna tiene 4 fases –cuarto creciente, menguante, etc.- y cada fase tiene 7 días, resulta que el 7 define un ciclo completo, es un número redondo, la idea de un todo acabado. Decían los rabinos de Israel que 2.000 años antes de la creación del mundo, Dios había creado 7 cosas: la Torah (ley), la penitencia, el edén, la gehena (infierno), el Trono de la Gloria, el santuario celeste y el nombre del Mesías. 7 es un número que tira a divino: Dios hizo el mundo en 7 jornadas, los dones del Espíritu son 7, la familia macabea fue perfecta porque tuvo 7 hijos –decía san Gregorio de Nazianzo. En la catedral de Aachen tenemos el trono de Carlo Magno, fundador del Sacro Imperio Romano Germánico, con sus 7 gradas a honra del trono de Salomón. Delante del Knesset, parlamento de Jerusalén, está el candelabro de bronce, de los 7 brazos, símbolo del poder total de Dios y de la plenitud de la luz, que es Dios.
En segundo lugar, Jesús le dice a Pedro que debe –que debemos- perdonar 70 veces 7; o sea, siempre. Cristo sabe que el hombre es vengativo por naturaleza. A Pedro no le entraba bien en la cabeza el perdón ilimitado de Jesús. Natural, pues en la sinagoga oyó muchas veces que a un judío se le perdona hasta tres veces, pero a un extranjero nunca. Y también oía que a una mujer se le perdona una vez, cinco a un amigo. Se siente, entonces, generoso y pregunta a Jesús si se puede hasta 7 veces. Para tener fuerza para perdonar tenemos que contemplar muchas veces a Dios que siempre nos perdona. Es más, tenemos que pedirle un trasplante de corazón y una infusión de su Espíritu de amor en el alma. Si no, imposible. Jesús se pasó toda su vida perdonando. Y nos ofreció el sacramento de la reconciliación donde encontramos el perdón de Dios, siempre, a todas horas, sin límites. Basta que estemos arrepentidos y con propósito de enmienda.
Finalmente, ¿y nosotros? Tenemos muchas ocasiones, en la vida de familia y de comunidad, en las relaciones sociales y laborales, de imitar o no esta actitud de Dios perdonador. Los padres tienen que perdonar a los hijos su progresivo despego, su resistencia y sus trampas. Los hijos tienen que perdonar a sus padres el egoísmo, su autoritarismo, su paternalismo, su incomprensión. El marido a la mujer el que no valore su trabajo, no respete su fatiga o le irrite con pretensiones descabelladas. Como la mujer al marido su incomprensión de las 60 horas laborales en la casa –él que tiene sólo 40-, sus faltas de sensibilidad afectiva, su ceguera, diaria y defraudadora de ilusiones, para el detalle. Que los seglares perdonen a sus sacerdotes los extravíos, su ignorancia para ayudar y comprender, su pesadez al hablar. Como el sacerdote debe perdonar a los fieles sus espantadas del templo, sus inapetencias religiosas, incluso su caso omiso a la palabra de Dios. Y así el patrón al obrero y viceversa, el gobernante a los súbditos, los discípulos al profesor…y siempre viceversa. Todos a diario 70 veces 7.
Para reflexionar: ¿Realmente somos conscientes de lo que rezamos en el padrenuestro, esa oración “peligrosa”? ¿Tenemos un corazón magnánimo, fácil en perdonar? Si el hijo pródigo, al volver a casa, se hubiera encontrado con nosotros, en vez de encontrarse con su padre, ¿hubiera terminado igual la historia? Si no perdonamos fácilmente, ¿no será que nos acercamos poco al sacramento de la reconciliación? El que se sabe perdonado, perdona más fácilmente. Cuando perdonamos, ¿es como si tirásemos una limosna, “con aires de perdonavidas”, o por el contrario, queremos imitar el perdón de Dios?
Para rezar: Señor, quiero contemplar tu corazón siempre dispuesto a perdonar para aprender de ti. Señor, hazme un trasplante de corazón o ponme un marcapasos para que perdone al ritmo tuyo. Señor, limpia mis venas, obturadas por tanto rencor, odio y resentimiento. Señor, que siempre esté dispuesto a perdonar a mi hermano cuando me ha ofendido, y a pedir perdón cuando le he ofendido.

 P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Cualquier sugerencia o duda pueden comunicarse con el padre Antonio a este email: arivero@legionaries.org

Saturday, July 19, 2014

BEAUTÉ



        « La beauté́ sauvera le monde » dit le prince Mychkine dans le roman L’idiot de F. Dostoïevsky (1869). Et le théologien Sergueï Boulgakov de poursuivre: « Et l’art en est un instrument ». L’œuvre d’art participe en effet de la transfiguration du monde; elle pacifie les cœurs, les guérit. Elle apparaît donc comme une sorte d’acte créateur et recréateur. Le philosophe Nicolas Berdiaeff voit dans l’art comme l’annonce de la transfiguration universelle. Dans le roman précité́, le prince Mychkine traverse la société́ russe de son temps en tant que figure christique. Homme foncièrement bon et aimant, il débarque dans un milieu bourgeois artificiel et cor- rompu. Il va alors révéler ses contemporains à eux-mêmes. Il pardonne à ses amis leurs trahisons, car ils ne savent pas ce qu’ils font ; ils sont faibles. Telle est la vraie noblesse d’un tel prince qui ne possède plus rien. Ce qui compte, c’est la beauté́ intérieure, le cœur ouvert, capable d’accueillir l’autre, de mettre les hommes en communion les uns avec les autres. L’homme doit quitter son égoïsme, devenir un être de relation. Sous des apparences de faiblesse et de folie, Mychkine se révèle capable d’amour profond. Voilà la vraie beauté́, celle qui sauve le monde.

Jean-Claude  Crivelli
LA LITURGIE DOIT-ELLE ÊTRE BELLE ?

Friday, January 10, 2014



La frase del día 

[tachado en este blog]

  A propósito de Herodes: 

"Todo un mundo edificado sobre el poder, el prestigio y el tener, entra en crisis por un Niño".

El papa Francisco, (Epifanía 2014)

ZENIT, El mundo visto desde Roma, 
Servicio diario - 09 de enero de 2014

Thursday, February 10, 2011

Contra el espíritu de condena
Los humanos llevamos dentro, un juez. Esa es la experiencia más básica: un juez implacable, sobre todo con los demás. Fácilmente dictamos sentencia sin escuchar, sin tener datos, sin asesorarnos. No nos hace falta. El juez que llevamos dentro se las sabe todas y sus sentencias son inapelables. Con ello, el cainismo de nuestra sociedad se mantiene y la piedad se esconde. Muchas de las distorsiones políticas, sociales, familiares provienen por las fuertes condenas, verbales y otras, que nos hacemos a diario. El Evangelio trata de modificar ese espíritu de condena que campa a sus anchas en la historia.
La oferta del Evangelio de Jesús, oferta para toda persona, se abre con el sentido del mesianismo de Jesús que no es sino una misión curativa para toda persona, sin condenar a nadie. Así, en el Evangelio del III domingo del tiempo ordinario. Tal es así que Jesús se atreve a “censurar” la profecía de la Escritura que vaticinaba el juicio de Dios para las naciones, insinuando la realidad de un Padre que no juzga a nadie. Eso es lo que extraña a sus paisanos, tan condenadores para con los paganos.
Acogida
No es posible luchar contra el espíritu de condena sin una mirada, benigna y comprensiva, aunque siempre crítica, a la realidad del otro. Sin la “medicina” de la acogida el espíritu de condena se enseñorea de la relaciones. Sin la apertura de mente, de casa, de corazón, de ideas, el juez que condena se apodera de todas las estancias de la vida.
Necesitamos una terapia mental fuerte para ir eliminando de la vida el espíritu de condena. Asimismo, es preciso aumentar las dosis de confianza en el otro/a para que la sospecha no haga su labor de zapa. La eliminación de la condena verbal sería ya una gran ayuda para este fin.
Fidel Aizpurúa
ECCLESIA, nº 3.501, 16.01.2010

Tuesday, March 17, 2009

Standhalten, Geduld: Tapferkeit

      Das Eigentliche der Tapferkeit ist nicht Angriff, nicht Selbstvertrauen und nicht Zorn, sondern Standhalten und Geduld. Aber nicht deswegen - man kann das nicht zu häufig wiederholen -, weil Geduld und Standhalten schlechthin besser und vollkommener wären als Angriff und Selbstvertrauen, sondern deswegen, weil die wirkliche Welt so gebaut ist, dass erst im äussersten Ernstfall, der ausser dem Standhalten gar keine andere Möglichkeit des Widerstandes übriglässt, die letzte und tiefste Seelenstärke des Menschen sich zu offenbaren vermag. Das Machtgefüge "dieser Welt" ist von solcher Struktur, dass Standhalten, und nicht zorniger Angriff, die letztentscheidende Probe eigentlicher Tapferkeit ist, deren Wesen ja in nichts anderem besteht als darin: im Angesichte von Verwundung und Tod, nicht beirrt zu irgendeinem Zugeständnis, das Gute zu lieben und zu verwirklichen. Es gehört zu den fundamentalen Gegebenheiten dieser durch die Erbschuld in die Unordnung gestürzten Welt, dass die äusserste Kraft des Guten in der Ohnmacht sich erweist. Und das Wort des Herrn: "Siehe, ich sende euch wie Lämmer mitten unter die Wölfe" (Mt 10,16) bezeichnet die auch heute noch währende Situation des Christen in der Welt.
Josef Pieper in:
"Über die Tugenden, Gerechtigkeit, Tapferkeit, Maß",
Kösel (München), 2004
zitiert nach CHRIST IN DER GEGENWART, 39/04

Monday, September 10, 2007

Eucharistie intérieure

Mon Dieu, mon âme est un temple;
le baptême en a fait ta résidence aimée;
tu en occupes cette part spirituelle
et profonde qui en est le centre,
le foyer mystérieux de toutes mes facultés.
Tu t'y tiens sans cesse,
tu m'appelles à te rejoindre,
tu veux t'y donner à moi,
me communiquer tes pensées, tes vouloirs,
toute ta vie qui est Vie éternelle.

Aussi ce soir, pour remplacer la messe paroissiale
où je ne peux aller,
j'entrerai dans ce sanctuaire,
je m'approcherai de cet autel de mon âme,
je te présenterai mon pauvre être qui se disperse
et se fatigue à la poursuite de réalités vaines;
je le recueillerai comme le moissonneur ses grains,
je referai en toi et par toi son unité qui est sa force;
au lieu de mille pensées en désordre
et de désirs incohérents,
je n'aurai plus qu'une pensée et qu'un désir:
te connaître, t'aimer toi seul
et tout aimer en toi et pour toi.

Comme dit le psalmiste:
je m'approcherai de l'autel de Dieu,
du Dieu qui fait aux âmes une éternelle jeunesse.

Augustin Guillerand

Communion

Cette prière nous renvoie à une parole clé de Jésus:
"Le Royaume de Dieu est en vous" (Luc 17,21).
Oui, comme le dit aussi saint Paul, notre âme est un
temple dans lequel nous sommes appelés â nous recueillir,
nous rassembler dans le Seigneur et pour le Seigneur.
Notre dispersion et notre agitation intérieures, nous les lui
offrons humblement en Lui demandant de nous aider à
refaire l'unité en nous. Et, ce faisant, à vivre une eucharistie
intime ... qui peut briller sur le monde. Surtout si, malades,
isolés, épuisés, nous ne pouvons célébrer en communautée ...

("Prier" nº 290 Avril 2007)

Friday, October 27, 2006

Unstillbare Sehnsucht
   
       Wir wünschen uns, dass Gott uns bei Tag findet, wo man ihn schon von weitem kommen sieht. Aber er kommt spät, bei der Nacht, wenn man beim besten Willen nicht mehr wachbleiben kann. Darauf muss ich mich einstellen. Ich brauche eine Lampe für die Nacht.
Für mich ist die unstillbare Sehnsucht ein „brennendes Herz“, eine Sehnsucht nach Gott, die immer entflammbar bleiben muss, auch wenn ich schlafe und gerade nicht an Gott denke. Die Sehnsucht nach Gott ist Öl und Flamme zugleich. Wenn ich kein Öl mehr habe, kann ich kein Licht mehr machen. Zudem: Jeder und jede muss sich um die Sehnsucht selber bemühen; kein anderer kann für mich Sehnsucht haben.
Es gibt für uns so etwas wie Tankstellen für Sehnsucht – Eucharistiefeier, Meditation, Gebet, Stille, Lesung -, wenn ich mich mit Gott befasse. Wir können etwas tun, um im Verlangen die Sehnsucht nach Gott zu entdecken und zu pflegen.
M. Ancilla Betting,
Äbtissin der Zisterzienserinnenabtei Oberschönfeld
(zitiert nach Christ in der Gegenwart, 48/05, S. 397)